viernes, 26 de diciembre de 2008

PEDRO I DE CASTILLA ¿ENTERRADO EN EXTREMADURA?

Lo que en Madrid puede ser noticia, no lo es ya, en este pueblecito de la Siberia Extremeña, Casas de Don Pedro ¡qué coincidencia! ¿Verdad? ¿O no es coincidencia? Ha corrido la voz que de Don Pedro I de Castilla, llamados por unos, el Cruel, por otros el Justiciero, puede estar enterrado en la iglesia parroquial, y ha hecho suya la idea. Hemos ido una tarde, cuando ya el otoño vuelca todo su oro barroco sobre los encinares, al pueblo. Con cartas que abren puertas, de Don José María de Areilza para el cura, Don Jesús. Entró, y sin conocerlo, lo conozco. “Casas de Don Pedro, -me había comentado el Conde de Métrico-, es un poblado de la Siberia Extremeña, bien comunicado por la carretera de Cíjara , que se levanta cerca del cauce del río Guadiana, ensanchado por los pantanos y convertido en inmenso lago. Tiene unas cuantas calles y plazas, con edificios de dos plantas, algunas casas antiguas emblasonadas, y una curiosa iglesia parroquial. La parroquia tiene en el exterior el aspecto de un castillo, con cuatro cilíndricas torres en sus flancos, y un campanario almenado de traza y fabrica gótico-mudéjar, correspondiente al siglo XVI. Pudo muy bien, ser residencia y recinto fortificado o cazadero real. Bajo las casas contiguas corren subterráneos importantes, mal localizados, pero que sin duda podrían confirmar la impresión de que a ese nivel inferior, existían graneros o galerias de refugios que tenían su origen en el antiguo castillo.

Las investigaciones del Conde de Métrico.

Hace algún tiempo, en el diario Extremadura, encontré una noticia que me puso sobre la pista. Don José María de Areilza, en uno de sus viajes extremeños, me había apuntado la idea que don Pedro, pudiera estar enterrado en un pueblo de la Siberia Extremeña. Le pedí una entrevista. La concertamos en su casa de Madrid. Y con su acostumbrada cordialidad, que hace grata la conversación con él, el conde de Métrico me contó el motivo de su interés por el tema.
- Extraña mucho que manifieste mi reiterado interés por la figura del Rey Don Pedro de Castilla, al que dediqué en la páginas de ABC de 4 de marzo de 1973, un artículo en el que hablaba de itinerario que siguieron los restos mortales hasta acabar en la Catedral de Sevilla. Señalé también mi duda sobre el paradero de estos restos, por haber bastantes puntos oscuros en la secuencia relatada. Creo que esto es interesante para los aficionados de la historia, en general. A mi me gusta conocer los rincones de España que son infinitos y varios, para situar sobre ellos, imaginativamente a los personajes que los poblaron, añadiendo con la silueta humana, un aliciente sustancial a la geografía y el paisaje. De Don Pedro, me llamo siempre la atención lo singular y discutido de su figura, tétrica y siniestra según los detractores, justiciera y valiente según los panegiristas. Del copioso correo que recibí al publicar mi relato, deduzco que la polémica sigue vigente al cabo de quinientos años, ya que pedristas –o “pergileros”- y antepedristas me expusieron, apasionadamente, sus opiniones. Es difícil, siempre, juzgar a los demás, y con la distancia, esa dificultad se acentúa por tener que referirnos exclusivamente, a cotejar las opiniones de historiadores y cronistas lejanos. ¿Fue Don Pedro, cruel, o justiciero?... O ¿fue quizás, ambas cosas a la vez?
- Sr. Areilza, : ¿Hay, en su familia, antiguos vínculos con los monarcas castellanos?
- Sí, los hay, con Alfonso XI y con Pedro I. un hombre de mi apellido fue tesorero mayor del vencedor del Salado. Otro del mismo linaje, aposentó en su casa de Burgos a Don Pedro y a su favorito. Juan Alfonso de Alburquerque, a raíz de su primera visita a la capital de Castilla. Un tercero; Sancho Martínez de Areilza, era el dueño de la casa en que moraba en Bilbao, en la Plaza Vieja, y desde sus balcones defenestro en 1358 al último Señor de Vizcaya, Don Juan Núñez de Lara, diciendo a los asombrados bilbaínos: “Catad ahí a vuestro señor que vos demandaba”. Tengo, pues, mi parcela de curiosidad atávica por el destino del excepcional personaje.
- ¿A que puntos oscuros se refería Vd. En su artículo del 4 de marzo?
- Por ejemplo, a lo sucedido en Montiel después del asesinato. Por ejemplo, ¿Dónde estuvo el cuerpo de Don Pedro desde su muerte, hasta el 1447, fecha en que documentalmente se sabe que doña Constanza, su nieta por la linea de doña Juana de Castro, abadesa de Santo Domingo el Real de Madrid, reclama el cadáver y se lo lleva a enterrar desde la Puebla de Alcocer, hasta su convento madrileño. Hay quien sostiene que don Pedro fue decapitado por Trastamara y que su cabeza fue llevada en una pica, para mostrarla a los castillos y villas que aun le guardaban fidelidad después de Montiel, consiguiendo su rápido sometimiento. Otros aseguran que su cuerpo fue depositado en una caja abierta en las almenas de la fortaleza de Montiel, hasta que los buitres acabaron con él.

La Aventura de Teodosio Morelo
Un día el conde de Métrico recibió una llamada telefónica desde provincias: “Usted no me conoce –le dijo una voz fuerte y excitada- pero si tiene interés en saber algo más sobre la tumba del rey Don Pedro, yo le puedo contar cosas que considero enteramente inéditas y personales”

-- Confieso que me quede a la vez, perplejo y sorprendido, pero había tal convicción en el tono del que me hablaba, que le invité a venir a Madrid. Era extremeño locuaz y bien parecido – quien había hecho la llamada - ; simpático y culto, de una notable sensibilidad artística y pintor de afición.. me hizo un relato de un episodio de su adolescencia, que le voy a contar a Vd en lo esencial. A sus quince años, la guerra le sorprendió en la zona republicana y fue movilizado en un batallón de fortificaciones donde actuaba como listero. Un buen día, fue con su batallón al pueblo de Casas de Don Pedro, acomodándose en el interior de una iglesia, convertida en almacén de intendencia. Con un hermano, también adolescente, dormía en el templo, donde hacía guardia del deposito. Oyeron pasos y ruidos reiteradas veces, por las noches, y llamaron a los soldados para ver que pasaba. Decidieron realizar un registro general. Una losa, labrada con inscripción ininteligible, se hallaba en el suelo. La levantaron, y aparecieron unos escalones, negros de humedad y musgo que se perdían en la oscuridad. Teodosio Morelo – es el nombre del extremeño-, pidió una antorcha para bajar a explorar la fosa. Al final de las escaleras había una bóveda, y en ella dos ataúdes viejísimos. El mozo, vio sobre uno de ellos una pequeña corona semental y una espada. En el borde del féretro, había una inscripción que decía, sencillamente.”El rey Don Pedro”. Abrió el muchacho con la punta de la espada la tapa del ataúd. Acercando la antorcha, vio una momia envuelta en un hábito o sayal. El otro ataúd también tenía una inscripción. Un nombre de mujer que no recordaba. Arriba los soldados se impacientaban. “¿Qué hay?”...-preguntaron los milicianos- “nada” – contestó desde abajo el chaval- “dos muertos” … “entonces sube”. Hasta aquí el relato, en su desnuda veracidad. Aún dentro del dramatismo de la escena, ¿qué importancia tenía aquello con el cotidiano espectáculo de la guerra, de la revolución, de las matanzas, de las destrucciones?.

Teodosio Morelo, le confesó a Areilza que este episodio había quedado dormido en su memoria hasta que al conjuro de su artículo de ABC, se encendió en su archivo de recuerdos de mocedad, como una luz, y decidió contárselo.

-- Y yo se los agradecí de veras.

Don José María de Areilza, se fue, en compañía de Morelo, a Casas de Don Pedro. Se levantaron los adoquines, se descubrió una losa pero no había nada. Pero ante la incertidumbre debajo de ella, de localización exacta al cabo de tantos años, y la dificultad de efectuar investigaciones más profundas, se quedó aquello a medio camino.
¿Mintieron los cronistas que cuentan el primer traslado de los restos del rey, desde el castillo de Montiel, a Puebla de Alcocer? La explicación hasta aquí puede ser válida, si se piensa que Casas de Don Pedro, era, juridiscionalmente, parte del término de la Puebla en el siglo XIV. El cuerpo del monarca fue trasladado en efecto a la Puebla, es decir, a las Casas, que era uno de los barrios, al otro lado del Guadiana. Puede que hasta incluso, la iglesia se convirtiera entonces en Panteón Regio. No olvidemos que el exterior tiene aspecto de castillo. Pero ¿y el traslado ulterior a Santo Domingo el Real de Madrid? De este traslado, hecho por la nieta del monarca, existe documentación escrita. ¿O fue acaso, pura ficción para proteger los restos de don Pedro odiado por los Trastamara hasta el crimen, dejándolo escondido en su sepultura de Casas y quedando solamente algunas gentes en el secreto? Otras tantas preguntas quedan en el aire, sin contestación: en la parroquia, existía un retablo soberbio, que fue destruido bárbaramente y del que no existen sino versiones fotográficas, en Badajoz, que nos revelan su elegancia y su belleza. Parece chocante que una obra de tal importancia, tuviera como destino el altar mayor de una modestísima parroquia extremeña. ¿Había un críptico conocimiento de que en este iglesia se hallaba enterrado un rey? ¿Fue este el motivo de que el retablo fuera a parar a Casas, cuyo solo nombre evoca el recuerdo del último rey legitimo de Castilla? ¡Conjeturas!

- Don José María: ¿Merecería la pena explorar el subsuelo de la parroquia de Casas de Don Pedro, al que seguramente se puede llegar, desde fuera, por algunos de los subterráneos que sirvieron de graneros y refugios, próximos al templo?
- Personalmente, yo creo en el testimonio del protagonista que vivió la extraordinaria aventura en 1936. y opino que la localización de la tumba del último rey legitimo de Castilla, sería un empeño arqueológico-histórico, muy interesante. Sin perjuicio de que, si se confirma la hipótesis, el pequeño y delicioso lugar extremeño, se convertiría en otro foco de atracción para visitantes y turistas, entre los muchos que ya ofrece la incomparable Extremadura. Sí, creo que merece la pena.

La voz, se ha corrido por el pueblo. “¡Aquí está enterrado don Pedro I de Castilla, nada menos! – me han dicho al llegar allí- un hombre de personalidad que no necesita panegíricos, se ha interesado por el tema. ¿Están, o no, los restos del rey castellano es este pueblecito de la Liberia Extremeña? La pista existe. Tal vez las entidades a quienes pueden interesar, se decidan a seguirla. ¡Quien sabe! Todo es posible en Extremadura. Don José María de Areilza, opina que sí.


Isabel Montejano Montero
Diario HOY, 10 Noviembre 1973

miércoles, 10 de diciembre de 2008

¿MURIÓ DON PEDRO EL CRUEL EN EXTREMADURA?


La tesis de la posible muerte -para nosotros segura- del Rey don Pedro de Castilla, en tierras extremeñas, nació por casualidad, pues casuales son siempre las grandes verdades de la Historia, en cuanto a su descubrimiento se refiere.
Nuestra intención al dar a luz pública esta teoría, no es otra que valorizar el acervo histórico extremeño, siquiera sea con la muerte del Rey cruel en nuestra tierra, pues si Pedro I fue llamado por unos “El Cruel”, por otros se le llamó “El Justiciero”, lo que acredita que, junto a sus grandes fallos humanos hubo aciertos definitivos.
Esta tesis ha sido dada al público, en extracto, en los periódicos Hoy, de Badajoz; El Adelanto, de La Bañeza, y en la revista El Monasterio de Guadalupe, de Cáceres. A instancias de personalidades destacadas en la investigación histórica y en las letras, que la encontraron muy lógica y dentro de lugar, pretendemos darla hoy al público en sentido más amplio, no como aseveración histórica definitiva, sino como probabilidad con grandes visos de ser real.
Sabiendo cómo se afina hoy en la monografía, nuestra responsabilidad es enorme. Pero por creer que la razón nos asiste en este caso, aceptamos esta responsabilidad, dejando la puerta abierta para que, cuando quieran, nos rebatan pública o privadamente en nuestra exposición.
Y con estos antecedentes que creemos deben darse al lector, entramos en la materia del tema que pretendemos exponer.

CONSIDERACIONES HUMANAS
Don Pedro I de Castilla, según la Historia-sin que sepamos en qué fuentes ha bebido para afirmarlo, puesto que todos los libros que hablan del hecho se limitan a reseñarlo sin dar más explicaciones-acabó sus días en Montiel (Ciudad Real). Pues bien: D. Pedro murió asesinado, como se sabe, por su hermano bastardo, con la complicidad de Duguesclin. Tenemos a la vista un libro titulado Biografías de personajes históricos, editado a mediados del siglo XIX, por Editorial Hernando, en una de cuyas páginas se dice “que Don Pedro “El Cruel”, fue enterrado en la iglesia de Santiago de la villa de Alcocer.
Como el lector sabe, en España existen dos localidades denominadas Alcocer: una, con reminiscencias cidianas, que no nos interesa por su lejana localización extremeña y manchega, y otra, la Puebla de Alcocer, situada en la parte nordeste de la provincia de Badajoz. ¿En cuál de las dos fue enterrado el monarca? ¿Cuál de las dos tiene una iglesia que se llama de Santiago? Hechas las pertinentes averiguaciones por nosotros, resultó que la iglesia de Puebla de Alcocer (Badajoz), se llama, efectivamente, de Santiago, afirmación que nos fue corroborada por el señor cura de nuestro pueblo natal (también en la provincia de Badajoz, y a pocos kilómetros de la Puebla).
Para más abundamiento, en lavilla de Herrera del Duque, nos fue mostrada una partida de bautismo, fechada en la Puebla, que hacía referencia a la citada iglesia parroquial y a su nombre, coincidente con el del apóstol.
Parece, pues, factible y lógico, que el Rey fue enterrado en Puebla de Alcocer, provincia de Badajoz. ¿Cómo pues, si murió en el Montiel manchego, a centenares de kilómetros de distancia fue enterrado en Extremadura? Sólo en un sentido humano puede contestarse: lazos familiares.
En efecto, a cuarenta kilómetros de Puebla de Alcocer, se halla la villa de Herrera del Duque, en la que vivían los Hernando de Herrera, que dieron los primeros 25 lanceros a favor de D. Pedro contra el hermano fratricida; y que eran, a la vez, parientes del Rey, por casamiento del Duque de Lancáster, que lo era de ellos, con Dª Constanza, hija natural de D. Pedro y de su amante, la Padilla. Tenemos, pues, un factor humano, familiar, que puedo hacer que D. Pedro visitara con frecuencia la comarca de Alcocer, como ocurrió muchas veces, según demostraremos más adelante, y que los parientes le enterraran cerca del lugar donde vivían, o sea, en la Puebla.
Ahora bien, consideramos muy difícil que si D. Pedro murió en el Montiel manchego, fuera trasladado su cadáver a Extremadura, tan lejana. Quizá se nos arguya que Juana la Loca llevó el cadáver de Felipe el Hermoso a través de España; pero Juana contaba, por ser reina de los territorios que cruzaba, con el asenso y la ayuda popular para llevar a cabo su propósito. No así los familiares del Rey Cruel, que habían de atravesar grandes extensiones de terreno hostil, pues que el Rey muerto había sido vencido por su hermano, y asesinado, lo que en buena lógica histórica, haría que sólo trabas hallaran en su camino los de la comitiva fúnebre. Hemos de considerar, pues, que si D. Pedro fue enterrado en la Puebla de Alcocer, no pudo morir muy lejos de esta villa, pues dada la hostilidad oficial hacia la persona del Rey muerto, esto se haría (nos referimos al traslado del cadáver) casi imposible. ¿Dónde murió pues?
Volvamos, para dar profundidad a nuestro razonamiento, a analizar los hechos humanos del Monarca, que más que los hechos de armas, creemos reflejarán los acontecimientos.
Tomando como centro la Puebla de Alcocer y trazando un amplio círculo, pero no mayor de sesenta kilómetros se hallan enclavados los siguientes pueblos, que nos interesan en nuestra tesis: Herrera del Duque, a 40 kilómetros; Fuenlabrada de los Montes, a 36; Casas de Don Pedro, a 15; Guadalupe, a 60; y Talarrubias, a 6 kilómetros.
Guadalupe tiene un famoso Monasterio, antes Jerónimo y ahora Franciscano, verdadera joya de Arte y de Historia, cuya fábrica fue levantada, precisamente, por Alfonso XI, que era padre del Rey Don Pedro. Este Monasterio fue beneficiado en numerosas cartas lo mismo por el Rey Alfonso que por su hijo Pedro. Esto, junto a los familiares que el Rey tenía en Herrera del Duque, muestra claramente una atracción sanguínea y sentimental del Rey hacia esta comarca de Extremadura. ¿Quién no se refugia para morir, ya abandonado y perseguido, si le es posible, en el ámbito familiar o espiritual en que se crió o frecuentó? ¿No pudo Don Pedro venir huyendo de su hermano a morir cerca de Puebla de Alcocer, donde fue asesinado? Creemos que sí. Otro punto sentimental es éste: ¿por qué el pueblo situado a 15 kilómetros de Alcocer se llamó y se llama aún Casas de Don Pedro? ¿Es acaso corriente dar el nombre a un pueblo sin que haya hechos históricos, geográficos o humanos que los justifiquen? Rotundamente, no. Ahí tenemos la prueba que faltaba para acreditar el visiteo intensivo y el amor de don Pedro hacia la zona en que estos pueblos están enclavados. Máxime si consideramos que el Rey, tan amante de Guadalupe, cuyo Monasterio fundó su padre y del que ambo fueron protectores, mandó dejar en la Casas de Don Pedro, un magnífico retablo que desde Sevilla era llevado, por orden regia, a Guadalupe, su pueblo protegido. ¿A qué debe el pueblecito de Casas de Don Pedro este privilegio, como esotro de llevar el nombre del monarca? A hechos, no cabe duda, de profunda raigambre amistosa entre el pueblo y el Rey. De la magnificencia de este retablo, que el Rey prefirió dejar en la Casas de Don Pedro y no en Guadalupe, da idea el hecho de que se consideraba el mejor de toda la provincia de Badajoz, según hemos leído en el libro titulado “La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo”, recientemente editado, pues dichos pueblos pertenecen al Arzobispado de la capital Primada. Destruido el retablo durante la guerra de Liberación, queda como documento gráfico una foto hecha del mismo por el pintor pacense Adelardo Covarsí, en uno de sus viajes por las tierras de la Puebla y Herrera del Duque. En el Monasterio de Guadalupe nos fueron enseñados hace cuatro años dos cartas del Rey Don Pedro, una fechada en el Real de sobre Aguilar y otra en Sevilla, reiterando la anterior, en la que se daban órdenes a los bandoleros del camino de Herrera, para que respetaran a los peregrinos que a Guadalupe iban de Ciudad Real y otras partes”. Aquí tenemos otra prueba del aprecio de Don Pedro a la comarca extremeña a la que nos referimos. ¿Por qué este afán de preferirla, de amarla, de enaltecerla? La comarca no tenía valor estratégico, ni era rica, ni estaba en las rutas reales. ¿Cómo, pues, este constante visiteo? Sencillamente, porque había lazos muy fuertes que unían al Rey con aquellos pueblos. Lazos afectivos, que a la larga, son los más profundos e inolvidables. No es extraño, pues, que, perseguido a muerte, Don Pedro intentara refugiarse allí, para morir y ser enterrado. Donde fue enterrado, ya parece demostrado, no sólo por el hecho que del libro editado por Hernando sacamos, o de la circunstancia de que la Parroquia de la Puebla se llame de Santiago, sino de otra aseveración, ésta citada en un libro del padre Germán Rubio, que textualmente dice: “Don Pedro murió como a Dios plugo, en los campos de la Puebla de Alcocer”. Si bien esta frase la cita el padre franciscano como leyenda, no lo habría hecho tan fino investigador si no hubiera una probabilidad de que fuera cierta; aparte de que la leyenda ha sido documento oral, a veces, tan buen auxiliar, por no decir más, de la Historia, como lo sea el documento escrito.
En efecto, el documento escrito puede ser invención de cualquiera, con pocos visos de rebatibilidad por no tener alcance de universalización; pero la leyenda oral va de boca en boca de la gente, que en la mayoría de las veces habita en la comarca en que el hecho sucedió, y por lo mismo, es menos susceptible de ser engañada.
Para que D. Pedro muriera en Extremadura y cerca de la Puebla de Alcocer, necesitamos, según la Historia, un lugar que se llame Montiel, pues ese nombre es lo único que sobre la muerte del Rey repite la Historia, como un disco rayado. Pues bien, lo tenemos en Extremadura; lo tenemos cerca de la Puebla de Alcocer; lo tenemos, justamente, en las Casas de Don Pedro. ¡Qué casualidad! En el mismísimo pueblo que lleva el nombre del Rey, existe un montículo, a dos kilómetros del casco urbano, que se llama-¡asómbrese el lector!-ATALAYADE MONTIEL. Ya tenemos el motivo humano y afectivo: familia en Herrera del Duque, protectorado del monasterio de Guadalupe, su nombre en un pueblo de los citados, y el Montiel que nos faltaba, así como la iglesia de Santiago y la villa de Alcocer. Todo en menos de sesenta kilómetros de radio. Todo a la mano. Todo lógico: el refugio, la muerte, el entierro; todo posible aún entre enemigos que pudieran entorpecer el traslado del cadáver. Un muerto se lleva 15 kilómetros aún entre enemigos, en la oscuridad de la noche, sin que nadie lo perciba. En dos o tres horas.



CONSIDERACIONES GEOGRÁFICAS
Expuestas las consideraciones humanas de relación entre don Pedro y Extremadura, vamos a reseñar ahora las consideraciones geográficas y políticas que avalarán, complementariamente, a esta tesis.
Dice la historia, además de que murió en Montiel, que fue en la Mancha. Esto no contradice a nuestra teoría: al contrario, la fortalece. En efecto, la Mancha es una comarca natural, y éstas no tienen, como las provincias, límites definidos; de ahí que, antiguamente, la Mancha puedo penetrar en Extremadura como hoy lo hace en Ciudad Real, Toledo, Albacete y Cuenca. Aparte de que, en la Biblioteca Nacional de Madrid, hemos consultado diez manuscritos referentes a un famoso pleito que se llevó a cabo entre el Duque de Béjar, Señor de Puebla de Alcocer, y el Ayuntamiento de Toledo, sobre si los pueblos de Herrera del Duque, Fuenlabrada de los Montes, Villarta, Helechosa y Puebla de Alcocer, “eran o no aldeas de Toledo”, y que hoy pertenecen todos a Badajoz. Ahí tenemos la prueba palpable de que esta zona puedo pertenecer a la Mancha, lo que afirma, más que contradice, nuestra tesis. Añadamos, además, que nuestro pueblo natal, Fuenlabrada de los Montes, llevó antaño el nombre de La Manchuela, y que tanto este pueblo como Garbayuela, Puebla, Herrera, Talarrubias, etc., son los últimos de la provincia extremeña, colindantes ya con Ciudad Real (Mancha).
Si en este rincón de Badajoz tenemos una Manchuela, y a pocos kilómetros (dos en algunos casos) Ciudad Real y Toledo, don Pedro pudo morir aquí sin dejar de hacerlo en la Mancha; si tenemos en Casas de don Pedro un Montiel, pudo ser en éste donde murió. Y si tenemos una villa de Alcocer y una iglesia de Santiago, en la que se afirma que fe enterrado… ya está todo dicho.
Documentos escritos, no tenemos otros que los libros citados de la Editorial Hernando, del padre Germán Rubio y las “Leyendas Extremeñas”, de Vicente Mena, aparte, claro está de los Manuscritos de la Nacional y el libro titulado La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo. ¿No es mucha casualidad que siendo nuestra teoría falsa encaje tan perfectamente en lo que estos documentos escritos y los demás monumentales dicen?
¿Qué documentos tiene la Historia? Que sepamos, ninguno. Afirma simplemente que murió “en tal sitio”… y nos lo creemos porque así se nos dice. Pero la Geografía, la Historia y la Lógica van contra esta afirmación en el mismo sentido en que apoyan la nuestra.
Ahí quedan los hechos investigados. Sin que aseguremos que sean del todo ciertos (puede ser que nos demuestre alguien nuestro error), los consideramos admisibles mientras no se nos rebata debidamente.

JUAN-PEDRO VERA CAMACHO
Revista de Estudios Extremeños.
Nª 2/1964. Mayo-Agosto. Pags. 353-359

miércoles, 1 de octubre de 2008

LA TUMBA DE DON PEDRO

LA TUMBA DE DON PEDRO

Desde el “Campo de Montiel” hasta el “Campo de Alcocer” hay una treinta leguas castellanas de distancia. Entre ambos se extiende el “Campo de Calatrava”, donde se yerguen todavía el viejo y el nuevo castillo y convento magistral de la Orden. La Puebla de Alcocer se extiende al pie de una sierra que coronan las almenadas murallas de una fortaleza que como la próxima, de Herrera del Duque, semejante en traza y situación, pertenecieron a la casa de Béjar. La población es alegre, blanca, dominando la extensa llanura extremeña, y la rodean olivares con sus enclavados de naranjos y limoneros. La Iglesia parroquial se compone de tres cuerpos yuxtapuestos y, aunque recompuesta y deformada, se adivinan en ella las trazas del gótico mudéjar enladrillado, en ojivas y ventanales. Se conserva aquí la tradición del regio enterramiento sin que pueda precisarse el lugar exacto del mismo, suponiéndose que fuera bajo un arco adosado al muro lateral. El rey fue muerto en Montiel, en 1382 y la leyenda dice que, durante cierto tiempo, su cuerpo estuvo expuesto en las barbacanas de la fortaleza manchega entre unas tablas y aún que se le decapitó para mostrar su cabeza a los partidarios remisos que le quedaban.

¿Estuvo enterrado en la Iglesia de La Puebla durante más de medio siglo el cuerpo de don Pedro de Castilla?  Es un misterio no aclarado todavía. Dícese que desde Montiel quiso alguno de sus descendientes o quizá los propios Trastamara trasladarlo a Sevilla y se interrumpió el cortejo en este poblado. De aquí lo sacó, en 1447, doña Constanza, su nieta, abadesa de Santo Domingo el Real, para llevárselo a su Monasterio madrileño. Labráronle un sepulcro y, mucho después, los Reyes Católicos levantaron otro más suntuoso, con su estatua orante, que hoy puede verse en el Museo Arqueológico Nacional. La Reina Isabel tuvo un decidido empeño en rehabilitar la memoria del último Rey legítimo, quizá para compensar el origen fratricida de la accesión de su rama –ilegítima- al trono de Castilla y León. Pero ¡qué difícil por no decir imposible empeño!

Se ha tratado de acentuar lo justiciero, lo valiente, lo esforzado de las acciones del hijo de Alfonso XI. Leídas las crónicas de los contemporáneos, empezando por la magistral de López de Ayala, que le fue leal mucho tiempo, la figura de don Pedro tiene un saldo negativo que ni la excusa de las costumbres de la época, ni la desenfrenada y traidora ambición de los bastardos de doña Leonor de Guzmán, puede justificar, ni siquiera explicar, Don Pedro era un vesánico, con manía persecutoria, refinado en el crimen, perturbado hasta la crueldad, ensañándose con familiares, amigos, parientes, mujeres, arzobispos y con su propia esposa legítima, a la que también asesinó. Una escuadra de forajidos profesionales, algunos de cuyos nombres ha guardado la Historia –Juan Diente, Gonzalo Recio- repartían los mazazos mortales, empuñaban las dagas homicidas o administraban las hierbas venenosas. El frenesí de la sangre le conducía a un morboso paroxismo. En los últimos años de su reinado, el terror que inspiraba era tal que las ciudades temblaban de su cercanía y le fueron abandonando hasta dejarlo prácticamente solo en la jornada de Montiel, con los moros de Granada como únicos mercenarios fieles. En la dramática escena de la pelea fratricida es casi seguro que los soldados o escuderos que acompañaban a Trastamara tomaran parte en el magnicidio, puesto que el conde era pequeño de cuerpo y don Pedro mucho más alto y fuerte. Fue, pues, el Rey don Pedro el único monarca español que murió a manos de sus súbditos, a los treinta y cuatro años de edad y diecinueve de su reinado.

Era –dice don Pedro López de Ayala- asaz grande de cuerpo y blanco y rubio y ceceaba un poco en su hablar. Dormía poco. Fue mucho amador de mujeres. Fue muy gran guerrero. Fue muy codicioso en allegar tesoros y joyas. Y mató el dicho rey don Pedro muchos en su reino; por lo cual le vino todo el daño que avéis oído...” ¿Hasta qué punto el conflicto psicológico no le llegó ya de su propia madre la Reina portuguesa en el ambiente infantil en que se criaba, mientras el Rey Alfonso, su padre, vivía holgando con doña Leonor de Guzmán? Los odios almacenados debían ser gigantescos. La Reina viuda no paró hasta ordenar el asesinato de su rival, la Guzmán, en Talavera, y despertaría en el ánimo del adolescente un mundo de resentimientos contra los hermanos bastardos: don Enrique, don Fabrique, don Fernando, don Tello, don Sancho, don Juan, don Pedro, doña Juana. Pero él, a su vez, crearía otro monumental desorden en su reino al repudiar a su mujer legítima, doña Blanca de Borbón, y encerrarla en diversos castillos hasta consumar no el matrimonio, sino el parricidio.

Tuvieron con ello motivo suficiente las ciudades, los nobles, las corporaciones, los familiares, la Iglesia, de reclamar ante él por tan bárbara anomalía. Su terca obstinación no conoció, sin embargo, obstáculos. Quiso imponer dos reinas ilegítimas a sus estados: doña Juana de Castro y doña María de Padilla. Y hacer a las hijas de esta última y al hijo de doña Juana herederos de sus reinos. A doña Juana, sin embargo, la abandonó también. La hermana de ésta era la memorable Inés de Castro, la que reinó en Portugal después de morir, en la espeluznante escena que han conservado la leyenda y la Historia. Nuestros clásicos aprovecharon la estela de episodios del último Rey legítimo para escribir dramas y comedias de tipo anecdótico y popular sobre su figura. Shakespeare hubiera encontrado en estas sombras de nuestro pasado materia digna de la mejor de sus tragedias. Las pasiones y los vicios; la corrupción extrema de la sociedad; el choque de las ambiciones; la brutalidad arcaica de los métodos utilizados otorgan al reinado entero un friso de patética grandeza, teñida de horror infrahumano. Dicen que el siglo XIV fue así en todas partes: en Aragón y en Navarra, con Pedro y Carlos el Malo, y en Francia y en Inglaterra. Puede que sea verdad, pero en ese caso ¿qué pensar de los que evocan la Edad Media como utópica era de la historia europea, en la que las esferas divina y humana –la Iglesia, la Monarquía, la nobleza, el Estado llano- se compenetraban en una concertación de actividades espirituales y materiales que habría que añorar por su equilibrio y perfección?

La verdad es otra. A tientas caminaba la Castilla del trescientos en medio de la desaforada arbitrariedad del poder. Todo era oscuro y sangriento y el reino estaba dividido contra si mismo. Los magnates levantaban la cabeza de su feudalismo incipiente, dispersando la cohesión nacional. Contra el moro residual de Granada cabía hacer la unidad militar para culminar la Reconquista, pero el hecho fue que se tardó siglo y medio en acabar con lo que ya era sino un Estado vasallo del reino cristiano, sin verdadera capacidad ofensiva.

Los Trastamara llevaban en su ánimo el recuerdo del crimen original. Malas son las bastardías cuando se cruzan en el camino de la legitimidad. Saint Simón dijo sobre estos palabras definitivas. Y los “______ nuevos” de la catedral de Toledo quisieron de alguna manera borrar el turbio arancel de su poderío o pallar la _________. Vino primero la “campaña de opinión”  para desmitificar el tirano, al que llamaban las _______ “Perogil” tomando a ____ota su ferocidad ya ante____. Achaque de todos los despotismos caídos equivalente a las películas de Charlot o de _____ Guinness sobre Hitler.  Pero junto a ello, mandaban rogar por el alma del odiado hermanastro. Don Enrique lega al monje un caudal para levantar un monasterio franciscano en el mismo Montiel que recoja los restos de  Don Pedro y le digan misas sin cesar, convento de nunca se edificó, al parecer, en la Puebla de Alcocer había, según dicen, cuatro capellanes mientras duró allí el enterramiento regio decían preces incesantes para redimir su alma de tanto crimen como llevaba a cuestas. Los frailes de El Paular, monasterio de los Trastamara,  tenían el encargo de ofrecer sus rezos  y penitencias por la salida del purgatorio del vencedor de Nájera, cuyo repostero mayor en la corte era un sevillano de gran linaje que se llamaba don Juan Tenorio, nombre predestinado a servir en esta ocasión de compañero q quien iba a encarnar la incontinencia amatoria también descrita en el “Victorial” por Gutiérrez Díaz de Gómez: “A cualquier mujer que bien le parecía –non cataba que fuera casada o por casar-  todas las quería para sí, non curaba cuya fuese”.

Enorme fue el daño que hizo a la corona la anormal personalidad del rey. Sin esa evidente deformidad moral no hubiese sido verosímil que el bastardo primogénito de la Guzmán encontrase los apoyos que encontró en las ciudades, en la nobleza y en el alto clero, y que pudiese –después de la aplastante derrota de Nájera a manos del príncipe de Gales- tornar a las tierras castellanas desde su exilio francés, levantar campañas, obtener subsidios y lanzas y milicias dispuestas a servirle. Era una deslealtad  en masa de los castellanos hacia Don Pedro la que beneficiaba a don Enrique. Ya como escribió Graham Greene sobre la infidelidad política: “Si hay virtud en la deslealtad es porque el hombre piensa que se comete en el servicio de una lealtad mayor”. En este caso  era el provenir y la salvación de los reinos de Castilla que protagonizaba  el conde de Trastamara, y eso que la condición humana de éste, no era precisamente ejemplar. Tenía, eso sí, obstinada fijeza en conseguir el trono que no le correspondía y para ello no vaciló en buscar las alianzas más injustificables, como la que le ligó mucho tiempo con la reina viuda, doña María, que acababa de ordenar el asesinato de su propia madre, doña Leonor de Guzmán. Fue contemporizador  y débil para ofrecer una imagen antagónica del reinado precedente y también para atraerse apoyos o, al menos, neutralizar las hostilidades de las fuerzas que en el reino podían poner en tela de juicio la nueva dinastía habiendo –como había-  herederos legítimos del rey Alfonso, en Portugal y en Aragón.

Lo mejor de los Trastamara, lo que justificó “a posteriori” el tremendo suceso fue una mujer del linaje,  Doña Isabel, la Reina Católica. Ella se percató del problema en su conjunto  y mando respetar la memoria, poco respetable, del último rey legítimo, mientras ponía en los grupos sociales de sus dominios enérgico remedio y orden estricto para abrir sus reinos a la era moderna.   

Don Pedro hizo un último viaje desde Madrid, a finales del siglo XIX. Marchó en tren rápido a Sevilla en la rejilla de un vagón de primera clase, o,  mejor dicho, viajaron sus restos, rescatados de Santo Domingo el Real, camino de su última panteón, en la capilla de los reyes, metidos en un pequeña caja, en enero de 1877, para que se cumpliese sus postreros deseos: descansar en la ciudad  que más le gustaba de todo el reino y que fue testigo de sus amores, sus justicias y sus atrocidades. 

Tal es el comúnmente admitido itinerario y paradero final  de  los despojos del Rey Don Pedro de Castilla. Mas ¿corresponde ello a la realidad histórica? O ¿está en otro lugar la autentica tumba de don Pedro?

 

José María de AREILZA



Artículo publicado en ABC, 4 de marzo de 1973


viernes, 30 de mayo de 2008

¿MURIO DON PEDRO I EL CRUEL EN LOS CAMPOS DE MONTIEL?

La historia dice que don Pedro I el Cruel murió asesinado en los campos de Montiel (Ciudad Real), por su hermano don Enrique de Trastámara, en colaboración con Duguesclín.

Hagamos un hipotético estudio, basado, desde luego, en los hechos reales, para que el lector saque consecuencias:

La tradición en Puebla de Alcocer (Badajoz), la “Biografía de personajes históricos”, de la Editorial Hernando, “Leyendas de mi España”, de Juan López Núnez, y la revista “Estudios Extremeños”, de la Excma. Diputación Provincial de Badajoz, en estudio de Don Pedro Vera Camacho, afirman que inmediatamente después de su muerte, don Pedro I el Cruel fue enterrado en la Iglesia mudéjar de Santiago, en Puebla de Alcocer (Badajoz). Aún existe en esta Iglesia la losa granítica que, según la tradición, fue la que tuvo su primera tumba.

Es probado históricamente que el día 24 de mayo de 1466, doña Constanza Priora del monasterio de santo Domingo el Real y nieta del Rey don Pedro por los amoríos de éste con la Padilla, avecindada habitualmente en Casas de don Pedro (Badajoz), ordenó el traslado de los retos de su abuelo a este monasterio de su priorato.
Ya desde los tiempos del rey don Alfonso XI, padre de don Pedro, se hace notar la predilección de los monarcas por esta zona de Extremadura. Veamos: Alfonso XI levanta el Real Monasterio de Guadalupe (próximo a estos pueblos citados). Su hijo Pedro I, elige amante como queda dicho en Casas de don Pedro (Badajoz), con la que tuvo una hija natural, doña Constanza, que casó más tarde con el duque de Lancáster, padres de la que ordenara el traslado de los restos de su abuelo. De Herrera del Duque (Badajoz) eran los lanceros, en número de veinticinco, parientes del marido de su hija natural, los Hernando de Herrera del Duque. El magnífico retablo que hasta la guerra de liberación había en la Iglesia de Casas de don Pedro (se conservan fragmentos de sus tablas) fue ordenado por don Pedro I el Cruel, aunque a decir verdad, fuera construido para hermosear el altar mayor del monasterio de Guadalupe, y por expreso deseo del monarca se quedara en este pueblo de sus preferencias.

Escritos, cartas y tradición, atestiguan las frecuentes visitas del rey a esta zona, no precisamente por su riqueza natural o su situación geográfica estratégica, sino por las razones sentimentales expuestas.

Si todo esto es así, ¿cómo se explica que desde los campos de Montiel, en Ciudad Real, con ambiente y geografía hostil, trajeran los restos mortales a Puebla de Alcocer (Badajoz), a cientos de kilómetros de distancia?

¿No es más lógico (basémonos sólo en la lógica) que muriera en lugar próximo y fuera trasladado a la cercana Iglesia de Santiago de Puebla de Alcocer, por ser entonces este pueblo cabeza de vizcondado y el más importante de la zona?

¿Por qué capricho si no, fue triado hasta esta iglesia desde tan lejanas tierras?

Por otro lado, cabe razonar, que este traslado desde allí, con la gran distancia y a través de tierras enemigas, fuera prácticamente imposible.

Si como queda expuesto, don Pedro I el Cruel contaba en esta zona con sus más adictos servidores, no sería muy aventurado pensar que cuando se vio perseguido y amenazado por el Trastámara, buscara refugio entre sus leales por estos apartados pueblos extremeños y por aquí encontrara su muerte, porque... la comarca de Casas de Don Pedro perteneció a la mancha y era llamada, por esta razón, hasta fecha no muy lejana, Manchuela y por que... cerca de este pueblo existe un otero llamado ¡Atalaya de Montiel!

José María Otero Fernández
Artículo publicado en "EL ALCAZAR"

lunes, 21 de abril de 2008

¿Fue Asesinado Pedro I en Extremadura?

¿FUE ASESINADO PEDRO I EL CRUEL EN EXTREMADURA?

Coinciden los historiadores en que el rey don Pedro I el Cruel murió en los Campos de Montiel, en el año 1382, asesinado por su hermanastro don Enrique de Trastamara en colaboración con Duguesclin, a los 34 años de edad y 19 de reinado.
Vamos a reseñar una serie de datos rigurosamente históricos, los más de ellos, para poner en tela de juicio tal aseveración.
Se asegura que el cadáver yacía en el castillo de Montiel y que su tumba estuvo abandonada y solitaria durante unos años, hasta que trasladado a la iglesia de Santiago de Puebla de Alcocer, de traza gótico-mudéjar, con fábrica de ladrillos en sus arquerías lobuladas.
La tradición señala dos sitios en la iglesia como probable enterramiento: Para unos estuvo en el altar mayor, y para otros, bajo uno de los arcos del ala derecha. La losa de granito que lo cubrió aseguran que es la que hoy está en uno de los escalones de la puerta sur.
Es de rigor histórico que el 24 de mayo de 1466 su nieta doña Constanza priora del aristocrático y distinguido Monasterio de Santo Domingo el Real, mandó trasladarlo desde la Puebla de Alcocer al Monasterio de su priorato, en donde permaneció, pasando por diversas vicisitudes, hasta su definitivo traslado a Sevilla.
Es también sabido que el mismo día de la boda el rey don Pedro repudió a su “flamante” esposa doña Blanca de Borbón, a la que encarceló y después mató, por comprobar que desde Francia y custodiada por su hermanastro don Fadrique vino “unos dicen que preñada y otros que parida”.

“AMADOR DE MUJERES”
Desconsolado ante el hecho y siendo el monarca “mucho amador de mujeres” según don Pedro López de Ayala, se refugió en amores con doña Juana de Castro y doña María de Padilla, esta última avecindada habitualmente Casas de don Pedro, de cuyos amores nació, entre otros, doña Constanza, la cual casó con el duque de Lancáster, quienes tuvieron una hija llamada también doña Constanza, que fue la priora de laque ya nos hemos ocupado.
Ya en estos tiempos edra notoria la implacable persecución hacia el monarca por parte de su hermanastro, don Enrique de Trastamara, causa por la que don Pedro moraba con asiduidad en Casas de don Pedro, por encontrar allí sosiego y paz en los tiernos amores que le brindaba la Padilla y la protección de sus leales habitantes de esta comarca. Se cuenta que la Padilla, asustada por las frecuentes amenazas de los Trastamaras, quiso alejar a don Pedro de su lado y para ello se quemó con una brasa sus partes más íntimas para que el rey sintiera repugnancia y no volviera.
De Herrera del Duque, pueblo próximo a Casas de don Pedro, eran los 25 lanceros de su guardia personal, parientes de su hija doña Constanza y de su marido; los Hernando de Herrera del Duque.
Otro dato. En la iglesia de Casas de don Pedro existió, hasta su destrucción en la guerra civil, un magnífico retablo, con valiosas tallas, que en realidad fue donado por el rey Alfonso XI, padre de don Pedro, al Monasterio de Guadalupe, que él mandara levantar, pero lo cierto fue que su hijo no cumplió las órdenes y lo hizo instalar en el pueblo de sus amores, Casas de don Pedro. Creemos que en el Museo de la Diputación provincial existen fragmentos de algunas tablas.

EL MISTERIO
Sentadas estas premisas. ¿Cómo explicar que desde los campos de Montiel (Ciudad Real), con un ambiente totalmente hostil, llevaran los restos hasta Puebla de Alcocer a “más de treinta leguas castellanas” (unos 250 kilómetros)? ¿No es más lógico que fuera asesinado en lugar próximo y por ello fuera trasladado su cadáver a la iglesia de Santiago de Puebla de Alcocer, que entonces era cabeza de vizcondado?
No sería absurdo aventurar que si, como queda dicho, el rey don Pedro se sintió amenazado seriamente por los Trastamaras, se refugiara entre sus leales, por estos apartados pueblos y que allí encontrara su muerte.
Un interesante dato geográfico: La comarca de Casas de don Pedro perteneció de muy antiguo a la Mancha y era llamada por esta razón, hasta fecha reciente, Manchuela.
Otro dato más. En el término municipal de Casas de don Pedro, existió un terreno prominente al que se le llama (hoy no) ¡Atalaya de Montiel!

J. M. Pagador

sábado, 15 de marzo de 2008

Presentación

ASOCIACION CULTURAL “PEDRO I DE CASTILLA”
Se crea esta Asociación el 15 noviembre 2004 en la villa de Casas de Don Pedro con la finalidad de Fomentar la participación social de los vecinos de la localidad, mediante actividades de carácter cultural; Fomentar valores de solidaridad como única arma frente a la intolerancia que rechaza al ser humano por tener distinto color, cultura, religión. Recuperar y consolidar las tradiciones pérdidas de nuestra villa en sus aspectos culturales. Colaborar con otras entidades de carácter público o privado para la realización de actividades encaminadas a la participación y formación cultural de los vecinos. Crear grupos operativos de personas que ocupen y organicen su ocio en forma y acciones alternativas a las cotidianas.
Para lograr los fines expuestos la asociación viene realizando entre otras, las siguientes actividades: Organización de todo tipo de actividades culturales (charlas, cursos y simposios, festivales,…), como medio de potenciar la identidad social y cultural de la localidad. Creación de un grupo de teatro amateur. Creación de un grupo de estudio e investigación sobre la historia local.
Entre los proyectos que estamos preparando actualmente están: La Puesta en escena de una obra de teatro por parte del grupo de teatro de la Asociación. La organización de una muestra de teatro Amateur de grupos de la Comarca. Y la Recopilación de documentación sobre la figura de Pedro I. y su vinculación a Extremadura, a la Siberia y más concretamente a la villa de Casas de Don Pedro.
Esta recopilación nos va a llevar después a la publicación de esta documentación. Y uno de los puntos de publicación va a ser este blog.
Esperemos que sea de vuestro agrado nuestros artículos, y que los comentéis.
Saludos a todos,