lunes, 23 de noviembre de 2009

Pedro I de Castilla. Un enigma historiográfico II

Pedro I de Castilla. Un enigma historiográfico II
Datos y lagunas en torno al destino de los restos del rey Pedro I
Covadonga VALDALISO CASANOVA

II – EL ESTUDIO DEL REINADO: UNA TIPOLOGÍA DE LAS FUENTES.

En las breves líneas precedentes hemos expuesto ya parte de la problemática que se asocia al estudio de Pedro I de Castilla, si bien apenas enunciando determinados aspectos, cada uno de los cuales podría ser desarrollado extensamente. Sirva, con todo, de breve introducción, preámbulo o esbozo de un tema tan complejo como atrayente; y pasemos ahora a abordar el que consideramos principal problema a la hora de emprender un estudio, sea del tipo que sea, sobre Pedro I: la escasez de fuentes conservadas. Una escasez que se convierte, para algunos episodios del reinado, prácticamente en carencia. En los estudios historiográficos las fuentes suelen dividirse básicamente en dos tipos: las escritas y las no escritas. Las segundas se corresponderían, en este caso, con los restos materiales del reinado de don Pedro que pueden aportarnos alguna información sobre el monarca. Dado que las excavaciones arqueológicas realizadas en yacimientos de esta época son escasas(1) , podemos identificar los restos materiales con los conservados, esto es, edificios de la época de algún modo ligados a Pedro I, y objetos diversos. Dentro de los edificios destacan los Palacios de Pedro I en los Reales Alcázares de Sevilla, el convento de Santa Clara de Astudillo, en la provincia de Palencia, y diversas construcciones situadas en lugares como Toledo, Cuellar o Carmona. Respecto a los objetos, hablamos fundamentalmente de joyas, tejidos, sellos y monedas, cuyo valor justifica su conservación hasta nuestros días. En los sellos de plomo que acompañaban a algunos documentos y en determinadas monedas encontramos los únicos retratos mínimamente fiables de don Pedro, perfiles que nos presentan a un hombre joven, sin barba ni bigote, luciendo largos cabellos ondulados, tal y como parece corresponder a la moda de la época(2) . Si lo sumamos todo, hemos de imaginar a un monarca rodeado de edificios y objetos de estilo mudéjar, amante del lujo y de las joyas(3) , aficionado a la caza, a los torneos y a otros deportes de tipo caballeresco, y adornado con elementos que acercan su imagen a la de los soberanos orientales(4) .

Pero son las fuentes escritas las que aportan más datos, y éstas pueden dividirse de nuevo en dos tipos: documentales y narrativas. La documentación oficial que conservamos expedida por la cancillería de Pedro I fue recopilada y publicada en una edición de cuatro volúmenes por Luis Vicente Díaz Martín(5) . Con ello no sólo tenemos hoy acceso a toda la información que ofrecen estos documentos, sino que también podemos seguir paso por paso los movimientos de Pedro I de los que ha quedado constancia. Simultáneamente hemos de prestar atención a la variada documentación de otra autoría, esto es, documentos, expedidos por diferentes personas y entidades, que ofrecen noticias sobre el monarca. En muchos casos se trata de escritos conservados en el extranjero, especialmente en el reino de Aragón (6), pero también en Portugal, Francia e Inglaterra, o procedentes del papado (7) . En otros, de documentos emitidos por la reina madre doña María, María de Padilla, Enrique de Trastámara, determinados nobles,…

En lo concerniente a los documentos castellanos, tengan o no a Pedro I como autor, no deja de sorprendernos su escasez. Ello puede explicarse si atendemos a diversos factores. En primer lugar, probablemente la documentación que conocemos no se corresponde con la conservada: no debemos olvidar que, desgraciadamente, muchos documentos se encuentran en manos privadas, y el acceso a ellos es extremadamente difícil, así como la constatación de su existencia. Por otro lado, a lo largo de seis siglos multitud de papeles y pergaminos se han perdido en incendios de conventos, monasterios e iglesias, durante la invasión francesa, o a lo largo de la guerra civil del siglo XX. Estas pérdidas debieron comenzar ya a darse en el propio reinado de don Pedro, a causa de las múltiples guerras que tuvieron lugar en esos años, de la movilidad del rey, y de la probable – aunque discutible – ausencia de archivos en la época(8) . Pero todo lleva a pensar que la mayor parte de la documentación fue destruida de manera consciente por Enrique II dentro de un complejo programa de ilegitimación del monarca: una vez asesinado Pedro I se hizo necesario borrar su memoria, hacer que desapareciese todo vestigio de su reinado para reconstruir el pasado elaborando una suerte de memoria oficial, base de la dinastía trastámara(9) .

La documentación que nos resta se caracteriza por un rasgo: en su mayor parte se trata de documentos de época temprana, casi todos emanados de las Cortes de Valladolid de 1351. Fueron éstas las primeras Cortes del reinado, por lo que todos aquellos que habían recibido privilegios y mercedes de monarcas anteriores acudieron a que el nuevo rey se las confirmase. De ahí que este tipo de documentación nos sirva de poco hoy en día: ni el monarca había comenzado realmente a gobernar, ni las confirmaciones sirven como muestra de su política(10) . Sorprende la ausencia de documentación, de cualquier tipo, sobre las otras sesiones de Cortes celebradas a lo largo del reinado, de las que tenemos noticia a través de la crónica, y sobre los episodios más críticos, como las muertes de doña Blanca o de don Fadrique. Es también significativo el hecho de que a lo largo de los años de la guerra civil (1366-1369) la documentación pase a ser extremadamente escasa, en cualquier tipo de archivo(11) . Ello se acentúa tras la muerte de Pedro I: no hay noticias de tipo documental sobre los restos del monarca desde el momento del regicidio – 1369 – hasta su traslado a Madrid en 1446, a excepción del testamento de Enrique II, datado en 1374. También tenemos muy poco sobre los focos petristas que siguieron activos tras la muerte de don Pedro.

En lo que respecta a las fuentes de tipo narrativo, debemos distinguir los escritos de tipo historiográfico de los que no lo son. Entre los segundos se incluirían romances, leyendas y obras literarias de los siglos XVI y XVII, escritas por autores que pudieron tener acceso a información hoy perdida. Todos estos textos han actuado a lo largo de los siglos como guardianes de la memoria, pero son muy difíciles de estudiar desde el punto de vista historiográfico. Por tanto, hemos de admitir que las fuentes más provechosas son aquellas escritas, narrativas y de naturaleza historiográfica. De entrada este tipo de escritos presenta un claro problema: la propia narrativización los condiciona, porque por el mero hecho de expresarse en forma de relato aportan una versión de los acontecimientos. A ello hay que sumar que dicha versión raramente era objetiva, pues los autores más cercanos al reinado solían pecar de una casi inevitable parcialidad. Con todo, y como decimos, son las fuentes más valiosas.

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[1] La arqueología podría proporcionar, en un futuro, nuevos datos sobre el reinado de Pedro I. En el Alcázar de Sevilla, por ejemplo, se descubrió hace apenas tres años la morfología original del llamado Patio de las Doncellas, cubierta desde el siglo XVI. Intervenciones en otros lugares, como campos de batalla o restos de fortalezas, podrías resultar a la larga muy provechosas.

[2] No necesariamente retratos fiables, pero sí, sin duda, en el aspecto que presentaba el monarca (peinado, barba,…). Para completar su imagen podemos recurrir a la crónica de Ayala, que en su última página le describe “grande de cuerpo e blanco e rubio”.

[3] El cronista Pedro López de Ayala indica en numerosas ocasiones la tendencia de don Pedro a acumular joyas y tesoros. La documentación conservada, y especialmente el testamento del monarca, sirven para hacerse una idea del valor de su fortuna personal.

[4] Quizá no en sus atuendos o costumbres, pero sí en determinados gestos y actitudes. Buen ejemplo de ello son las inscripciones que aparecen, en árabe y en castellano, en los palacios de los Reales Alcázares.

[5] Luis Vicente Díaz Martín, Colección Documental de Pedro I de Castilla (1350-1369), Valladolid, Junta de Castilla y León - Consejería de Educación y Cultura, 1997-1999, 4 vols.

[6] Sirvan de ejemplo los “Pactos y convenios entre Pedro IV de Aragón y Enrique de Trastámara” publicados por Joaquín Casán y Alegre (Colección de Documentos Inéditos del Archivo General del Reino de Valencia, tomo I, Valencia, Establecimiento Tipográfico de Manuel Alufre, 1894).

[7] La documentación portuguesa es relativamente escasa, y se ha publicado sólo parcialmente. Algo similar puede decirse de la conservada en los antiguos reinos de Navarra y Granada. El papado no guardaba las cartas que los pontífices recibían sino sólo copias de las que enviaban, la mayor parte de las cuales aparece publicada en José Zunzunegui Aramburu, Bulas y cartas secretas de Inocencio VI (1352-1362), Roma, 1970. Respecto a los documentos que pueden encontrarse en archivos franceses e ingleses véanse los estudios de Juan Bautista Sitges, Las mujeres del rey don Pedro I de Castilla, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1910 y Peter E. Russell, A Intervenção Inglesa na Península Ibérica durante a Guerra dos Cem Anos, Lisboa, Imprensa Nacional Casa da Moeda, 2000 (1ª edición: The English Intervention in Spain and Portugal in the time of Edward III and Richard II, Oxford, Clarendon Press, 1955).

[8] Evidentemente – y entendiendo por archivo un depósito o colección de documentos – había archivos en los conventos, monasterios, parroquias y ayuntamientos, y existían también archivos privados de la nobleza. En esta época se considera que los reyes castellanos no tenían un archivo permanente, ubicado en un lugar concreto, y que se desplazaban de un lado a otro con las arcas que contenían los documentos; aunque en los reinos de Portugal y Aragón se conservan datos que prueban la creación de archivos de la Corona a mediados del siglo XIV. Con todo, algunos indicios parecen indicar que ya en el reinado de Pedro I pudo existir algo similar, aunque es muy difícil demostrarlo.

[9] Véase sobre ello Luis Vicente Díaz Martín, Colección Documental, vol. 1, pp. 16 a 21.

[10] La confirmación de mercedes y privilegios es una característica de todo inicio de reinado: los reyes pretendían así reforzar la idea de sucesión. Enrique II se negó, por ello, a confirmar los documentos expedidos por Pedro I, al que no reconocía como antecesor ni como monarca legítimo.

[11] Puede explicarse atendiendo precisamente a las circunstancias: quizá en medio del conflicto resultaba difícil emitir documentos, quizá el caos provocado por el enfrentamiento hizo que muchos se perdiesen. Con todo, esta época se presenta especialmente oscura.