domingo, 4 de julio de 2010

Pedro I de Castilla. Un enigma historiográfico VI

Pedro I de Castilla. Un enigma historiográfico VI
Datos y lagunas en torno al destino de los restos del rey Pedro I

Covadonga VALDALISO CASANOVA

VI – El enigmático destino de los restos mortales ii.

El 8 de marzo del año 1446 Constanza de Castilla, nieta de Pedro I por vía ilegítima, obtuvo autorización del rey Juan II para trasladar los restos de su abuelo de Puebla de Alcocer a Santo Domingo el Real de Madrid[1], en donde reposarían junto a los de su hijo y padre de Constanza, el polémico Juan de Castilla[2], y a los suyos propios. En la iglesia de Santiago de Puebla de Alcocer un nicho vacío puede identificarse con el lugar de enterramiento de don Pedro hasta 1446. Los restos que allí se encontraban sufrieron, tras su traslado, muchos avatares[3]. Se sabe que el primitivo sepulcro del siglo XV fue sustituido por otro en 1504, dentro del programa de rehabilitación de la memoria de Pedro I llevado a cabo por los Reyes Católicos. Un incendio a principios del siglo XVII obligó a reubicar la disposición de las tumbas en la iglesia: la estatua de don Pedro pasó a los subterráneos del convento y los restos se colocaron en una urna situada en una hornacina al lado del Evangelio. Esta urna pasó después también a los subterráneos, hasta ser trasladada al coro, al lado del sepulcro de doña Constanza, en el año 1845. En 1868 el convento de Santo Domingo fue demolido y las urnas de don Pedro, don Juan y doña Constanza, junto con las estatuas, se llevaron al Museo Arqueológico Nacional. Los restos de Pedro I estuvieron abandonados en los almacenes del museo hasta ser depositados en la catedral de Sevilla, junto a los de María de Padilla y los de su hermanastro don Fadrique[4].

Estos restos “oficiales” de don Pedro, que reposan finalmente en el lugar en que el rey quiso ser enterrado[5], pueden no corresponderse con los auténticos. Diferentes cronistas nos dicen que don Pedro fue degollado[6] y que su cabeza se perdió[7]. De ser ello cierto, debería conservarse un esqueleto sin cabeza. Por otro lado, los numerosos traslados a que se ha visto sometida la urna desde 1446 podrían haber llevado a que los restos se confundiesen con otros, o a que simplemente fuesen sustituidos[8]. Tenemos, entonces, unos restos dudosos cuya trayectoria seguimos sólo a partir de 1446, y parcialmente. De no ser los auténticos, ¿dónde se encuentran los restos de Pedro I?

De entrada, comencemos fijando unas coordenadas cronológicas: el 29 de mayo de 1374 Enrique II redactó un testamento en el que se decía que los restos de don Pedro, muerto en la batalla de Montiel, estaban en la villa de Montiel, y se daba la orden de que cerca de la villa se edificase un monasterio, en el Camino de Santiago, y se estableciese una capellanía para rezar por el alma del monarca difunto[9]. No ha quedado constancia de que se cumpliesen las disposiciones testamentarias de don Enrique, quien murió en 1379; de donde puede deducirse que en los cinco años que median entre el testamento y la muerte del monarca el cadáver de Pedro I, o lo que quedaba de él, pudo ser llevado a Puebla. Como ya se señaló, los cronistas del siglo XV que afirman que el cuerpo fue trasladado a Puebla de Alcocer no dicen en qué momento se llevó a cabo dicho traslado[10]. Se tiene noticia de que en 1388 doña Constanza, hija de don Pedro, acabada la guerra Castilla-Inglaterra fue a rezar ante el sepulcro de don Pedro en Puebla de Alcocer[11]. Aceptando esto, debemos suponer que en el lapso de tiempo que media entre 1374 y 1388 el cuerpo se llevó del Montiel de Ciudad Real a Puebla, en donde se instaló una capilla dotada de personal que se ocupaba de rezar por el descanso del alma del difunto. Todo lleva a pensar que la manutención de dicha capilla, así como el traslado, fueron obra de los aún numerosos partidarios del monarca. Pero si continuásemos por este camino entraríamos en el peligroso mundo de las hipótesis, y los datos son demasiado escasos para sustentarlas.

Además, a medida que nos adentramos más y más en el tema los enigmas parecen multiplicarse. En primer lugar, no sabemos a ciencia cierta qué hizo don Pedro en sus últimas semanas de vida, ni encontramos lógica alguna en sus movimientos. En segundo lugar, se nos escapa el motivo que condujo a que el cadáver del monarca fuese llevado del Montiel de Ciudad Real a Puebla de Alcocer. En tercer lugar, no hay constancia documental de dicho traslado. Se puede imaginar que, en el caos posterior al regicidio, algunos petristas se llevaron secretamente el cadáver, probablemente sin cabeza, de Pedro I para enterrarlo en un lugar seguro[12], haciéndoselo saber después a los partidarios del monarca asesinado, entre los que lógicamente se encontraría su hija. Enrique, según esta hipótesis, no tendría noticia de ello, y seguiría pensando en 1374 que los restos estaban aún en Montiel. De lo contrario, el traslado habría tenido lugar posteriormente, quizá por no cumplirse a la muerte de Enrique II el deseo del monarca de dotar a su hermanastro de un entierro digno; o quizá con anterioridad, haciendo que las disposiciones del testamento quedasen en 1379 obsoletas[13]. La ubicación de estos restos, vestigios olvidados de la memoria de don Pedro, probablemente no era un secreto en el siglo XV. La austeridad del enterramiento habría llevado a su nieta Constanza a organizar el traslado[14]. Pero quedan dos cuestiones en el aire: la razón por la que los restos se encontraban en Extremadura, y las circunstancias que acompañaron su traslado allí.

Ante un hecho tan insólito y difícil de justificar como el asesinato de Pedro I debieron generarse al menos dos respuestas: la de aquellos que pretendían mitificar sus repercusiones y pasar página cuanto antes, y la de aquellos que querían vengar la muerte y preservar la memoria del monarca. Para Enrique de Trastámara tan importante debió ser, en un primer momento, demostrar que Pedro I había muerto para poner fin a la guerra, como hacer que fuese olvidado pronto. Las disposiciones de su testamento, redactado cuando los focos petristas en Castilla estaban prácticamente sofocados, parecen apuntar antes a un lavado de conciencia que a un verdadero intento de rehabilitación de la memoria de su hermanastro. En lo que respecta a los fieles a don Pedro, hacia 1374 unos estaban huidos y otros presos, y sólo entrado el reinado de Juan I cobraron fuerza suficiente para defender su causa, aún no del todo perdida. Visto de este modo, el traslado de los restos de Montiel a Puebla pudo realizarse entre 1379 y 1388, en vísperas de la llegada al trono – si bien por matrimonio con el heredero trastámara – de la nieta del monarca. Pero persiste la gran incógnita: el porqué del traslado. Y, ante ello, surge de nuevo la hipótesis de que dicho traslado nunca hubiese tenido lugar; pues don Pedro pudo morir allí, en Extremadura.

Tan solo la aparición de algún vestigio material relacionado – o susceptible de ser relacionado – con la muerte de don Pedro, o de un documento revelador y fiable podría esclarecer los hechos. Hasta que eso suceda, resulta muy difícil resolver cualquiera de los enigmas que rodean tanto a la muerte del monarca como al destino de sus restos. Lo que quisiéramos subrayar es que debemos dudar de lo que nos dicen las fuentes que conservamos. En primer lugar, porque se contradicen entre si, como hemos visto, ofreciendo diferentes versiones sobre los últimos días de Pedro I. En segundo lugar, porque todas ellas insisten, de manera un tanto sospechosa, en señalar dos lugares distantes y aparentemente dispares en orden inverso: si Ayala nos dice que don Pedro pasó por Puebla de Alcocer y murió en Montiel, otros cronistas afirman que murió en Montiel y fue trasladado a Puebla. Tras la atenta lectura de los textos, y especialmente del de Pedro López de Ayala, se concluye no ya que poco nos dicen, sino que algo ocultan. Probablemente tras esa ocultación o, más concretamente, tras el porqué de esa ocultación, se encuentren las respuestas.


[1] Cuando Constanza obtiene el permiso la capilla de Puebla de Alcocer contaba con cuatro capellanes, un sacristán y varios servidores.

[2] Constanza era priora del convento. Sobre el traslado y la capilla véase del Pilar Rábade Obradó, “Religiosidad y memoria política: las constituciones de la capilla de Pedro I en Santo Domingo el Real de Madrid (1464)”, En la España Medieval 26 (2003), pp. 227-261. Juan de Castilla es un personaje misterioso, cuyo origen fue manipulado por sus descendientes en el siglo XVI, pretendiendo que había sido legítimo, fruto de la breve y discutible unión entre Pedro I y Juana de Castro.

[3] Sobre todo ello véase Gonzalo Moya, Don Pedro el Cruel. Biología, política y tradición literaria en la figura de Pedro I de Castilla, Madrid, Ed. Júcar, 1974.

[4] En 1968 se realizó un estudio de estos restos, publicado en Gonzalo Moya, Don Pedro el Cruel, pp. 111-124.

[5] Así lo expresó en su testamento.

[6] En la Cuarta Crónica y en el escrito del Despensero se dice que Enrique le cortó la cabeza.

[7] Salazar, como vimos, afirma que se perdió en el río. Otros autores dicen que fue arrojada a las calles, como recoge Zurita.

[8] Al parecer cuando el convento de Santo Domingo se abandonó el nicho fue profanado, llegándose incluso a arrancar los dientes del cráneo con unas tenazas de carpintero. Ver de Juan Bautista Sitges, Las mujeres del rey don Pedro, p. 470.

[9] Resulta un tanto sorprendente que pasados tan solo cinco años del regicidio Enrique quisiese dar un entierro digno al cadáver de don Pedro. En el testamento se establecen, asimismo, una serie de disposiciones para devolver sus posesiones a algunos petristas. El cronista francés Froissart dice que el cuerpo de don Pedro permaneció tres días insepulto, y que al cuarto fue enterrado en el atrio de la iglesia de Montiel.

[10] Los escritos son posteriores a 1446, pues ya hablan del segundo traslado, llevado a cabo por doña Constanza.

[11] Es el cronista francés Froissart el que da la noticia. Sin embargo, también dice que de allí los restos fueron trasladados a Sevilla. Constanza era hija de Pedro I y María de Padilla, y quedó como heredera del reino tras la muerte de su hermana Beatriz, según las disposiciones del monarca.

[12] Una de las crónicas afirma que su cuerpo sin cabeza fue depositado en unas tablas sobre las almenas del castillo y quedó allí expuesto varios días.

[13] Pensemos que Enrique murió tan solo diez años después que Pedro, un lapso de tiempo muy breve en el que los enfrentamientos con los petristas fueron prácticamente constantes, al menos en el primer período de su mandato.

[14] En este aspecto no debe dejar de tenerse en cuenta que la institución de la capilla tenía el claro objetivo de ensalzar a la descendencia del monarca, entroncándola directamente. Véase del Pilar Rábade Obradó, “Religiosidad y memoria política”.

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